domingo, 10 de marzo de 2013

El okupa



El monasterio llevaba más de una década abandonado, allí en lo más alto del peñón. Se encontraba en un buen estado, al encontrarse fuera de cualquier ruta y al no existir poblaciones próximas. El hurto no había hecho aparición, tanto en sus piedras como en su madera. Escondiéndose de poder establecido, vago durante meses por campos y bosque hasta que se topo con él. Al principio tuvo reticencias para acercarse, acampo durante varios días lejos de él, aunque a la vista y pudo comprobar que no vivía nadie. Al final subió hasta lo más alto del peñón por una senda sinuosa. Al alcanzar la cumbre, divisó todo el valle arbolado y las cumbres nevadas de la lejanía. Empujo la enorme puerta de madera, pero esta no cedió, permaneció cerrada como la dejaron los últimos monjes. Tuvo que escalar las resbaladizas piedras de uno de los muros que el agua había medio derruido. Dentro encontró abandonadas huertas pero no yermas, pues encontró que aún seguían dando frutos, patatas, nabos y hortalizas que crecían sin orden aparente.
            Dio las gracias y ocupo una de las celdas que antaño fue de un monje y ahora, permanecía vacía. 

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