martes, 5 de marzo de 2013

Vivir para trabajar



            Era el primero en llegar y el último en irse. Con mucho esfuerzo había llegado a lo más alto de aquella multinacional. Su despecho se encontraba en la planta setenta y siete de aquel magnifico edificio que tenia la empresa en uno de los centros financieros más importantes de todo el mundo. La planta se encontraba ya vacía e incluso el equipo de limpieza había terminado su trabajo, pero él continuaba trabajando en su lujoso despacho. Un ruido llamó su atención, en el pasillo uno de los ascensores parecía haberse vuelto loco. No dejaba de abrir y cerrar las puertas sin parar. Pulsó varias veces el llamador, pero las puertas continuaron igual. De repente las puertas se quedaron abiertas pero cuando iba a marcharse, la alarma comenzó a sonar. Un intenso silbido que penetraba en sus oídos haciéndole daño. Se introdujo en él, para intentar parar la alarma. Las puertas se cerraron de repente y la alarma se silenció, el ascensor comenzó a moverse y el indicador numérico de las plantas marcaba a tanta velocidad que era imposible de saber donde se encontraba. El ascensor se detuvo de repente y las puertas se abrieron, se había quedado detenido a mitad de una planta. Tuvo que saltar para poder acceder a ella. No reconocía en que planta podía encontrarse, la moqueta roja desgastada y los frisos de madera que cubrían las paredes distaba mucho de la moderna y funcional decoración del resto del edificio. Una voz le llamó:
            ─Le estábamos esperando. Acompáñeme, es por aquí.
            ─¿Dónde estoy?
            ─No se preocupe, esta usted entre colegas. Podríamos decir que estamos en un club social.
            Caminaron hasta llegar aun amplio salón donde se congregaban más personas. Algunas sentadas en viejos sillones de cuero leyendo el periódico mientras que fumaban gruesos puros, otros jugaban al villar mientras que bebían coñac en grandes copas.
            ─Lo siento pero no puedo quedarme, estoy muy ocupado y he de terminar un informe.
            ─No, creo que no lo ha entendido. Este es un club en el que se puede entrar, pero no salir. Acomódese y tómese una copa, en su estado no puede hacerle daño.
            No quiso hacerle caso y salio del salón buscando el ascensor, pero por más que caminaba siempre desembocaba en el salón. Cansado de llegar una y otra vez al mismo sitio optó por aceptarle la invitación y sentarse.
Los limpiadores de la planta setenta y siete lo encontraron en su lujosa oficina sin vida. 

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