jueves, 10 de enero de 2013

CICLO ESPEJISMO


Aquel hombre musculado con mallas ajustadas le mostró el gimnasio como si del Prado se tratase. Una por una, le explicó el funcionamiento de cada una de aquellas diabólicas máquinas. El olor a lavanda se mezclaba con el sudor y el vapor que emanaba de la sauna. Por fin llegó a la última, la estrella de la exposición “La Monalisa” de la casa:
“El ciclo espejismo” una bicicleta estática sacada de la última saga de Star Trek o una similar, con una pantalla de no se cuantas pulgadas e interactiva (Interactiva: palabreja utilizada para no explicar el funcionamiento absurdo de muchos aparatos que cuando aprietas un comando, o sea, un botón, no realizan ni por asomo lo esperado). Salió de aquel ambiente claustrofóbico y emano el aire fresco de la mañana.

Abrió la puerta de aquél  olvidado trastero, inundado de recuerdos sin valor y de recuerdos olvidados. Justo al fondo, como no, detrás de cajas apiladas de apuntes inservibles de la facultad, se encontraba aquella vieja bicicleta. Una clásica, que primero perteneció a un tío suyo, solo algunos años mayor que su hermano mayor y después cuando este ese aburrió, se la cedió al susodicho hermano y por ultimo cuando ya había pasado de moda, llego a sus manos, entre las burlas de sus colegas de barrio obrero que se reían del prójimo por no mirarse en el espejo de su propia lastima.
Limpió el polvo y engraso la  cadena, ahora con su bici clásica modelo del 72 y no una burda imitación made in China, estaba listo para pedalear dirección a la sierra. El pedalear era al principio tosco y cansino, pero una vez en la carretera y el aire limpio en sus pulmones, se sintió como el niño que había encerrado en el trastero, y voló.
Voló con el sol iluminando las cumbres nevadas y el aire acariciando su pelo, acompañado del sonido monótono de su pedalear mecánico, interactivo:

 A cada pedaleo, la bicicleta con él controlando los comandos, avanzaba hacia una sensación olvidada. 

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