Germán
era un tío simpático, afable, siempre dispuesto a echar una mano. Pero todo
cambió cuando encontró aquel trabajo.
Al
principio pensamos que lo hacia por hacer la gracia, el chiste fácil, pero
aquello fue a peor. No se quitaba nunca aquella camisa amarilla, ni siquiera
para la boda de su primo. Llevaba en los bolsillos, un metro, un bloc, un ridículo
lápiz y una llave Allen. Pero lo peor sin duda fue cuando comenzó a decir cosas
como: “hagalund, kivik, kupol, stornäs” Aunque la gota que colmo el “Brukbar”
digo, el vaso, fue montando una barbacoa, que en vez de echar una mano desplegó las instrucciones de
montaje y me las pasó...
...Pero
cuando un español mira unas instrucciones de montaje.
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