El cansancio se
reflejaba en sus rostros, para los más veteranos comenzaba su segundo invierno
en el frente. Aquella guerra parecía interminable y las bajas en ambos lados
eran muy elevadas. El equipo de reconocimiento llego a una pequeña aldea que
estaba desabitada, comprobaron el perímetro y en unos minutos apareció el resto
del pelotón. Aprovecharon una de las pocas casas que aun se mantenía en pie. Recogieron
leña y encendieron la chimenea sobre ella, una foto; un hombre, una mujer y un
niño de corta edad. En la casa todavía se podían ver las pocas pertenencias de
una familia humilde.
A la mañana
siguiente el pelotón avanzo hacia el norte, las primeras nieves habían cubierto
el camino de tierra que cruzaba el bosque. Quinientos metros más adelante, el
equipo de reconocimiento espera al pelotón y cuando este se une a ellos, les
muestran el macabro hallazgo. En la cuneta cubiertos parcialmente por la nieve
se hayan decenas de cuerpos inertes.
Ancianos, hombres, mujeres y niños. Al mover los cuerpos para darles sepultura,
unos rostros les son familiares. Ya nada pueden hacer por ellos.
Cuando
terminaron de enterrar a todos, la nieve volvió a hacer acto de presencia. Sobre
una de las tumbas los soldados colocaron la foto que encontraron en la chimenea.
Aquella era la
única tumba que no era anónima.
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