martes, 26 de febrero de 2013

El baluarte



            Las demás plazas habían caído, ellos eran los únicos que resistían a las fuerzas invasoras. Aquel baluarte se había construido con los últimos adelantos venidos de Francia y había puesto al frente a un hombre curtido en la batalla y estratega consumado. Llevaban cincuenta y cuatro días de un férreo asedio, pero tanto los víveres como la munición estaban bien racionados que podrían aguantar mucho más. Todas las noches un pelotón se adentraba por un pasadizo, cruzando todo el baluarte y saliendo a varios kilómetros de distancia donde se aprovisionaban de los pocos víveres que encontraban en los campos abandonados de cultivo. Nabos, algarrobas y bellotas eran los trofeos que llevaban de vuelta.    Los turnos de trabajo y de descanso se cumplían a la perfección. El baluarte era como una maquina engrasada, todo el mundo estaba en su puesto a la hora fijada. Desde el exterior todos los intentos de conquistar el baluarte son infructuosos. Ochenta y siete días de asedio la conquista del baluarte no ha venido por acción de las armas sino por la rendición incondicional del alto mando a cientos de kilómetros de allí. Al día siguiente un emisario llega al baluarte con las órdenes de abandonar sin luchar la última plaza que quedaba aun sin control enemigo. El capitán arenga a sus tropas para abandonar el baluarte con la cabeza alta. La última puerta se abre y por ella, en formación, salen las tropas que son recibidos con honores por las mismas tropas que han asediado durante ochenta y ocho días sin poder derribar el baluarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario