lunes, 25 de febrero de 2013

El iluminado




            Aquel era un pueblo pequeño, encaramado el las alturas de una cordillera. Las gentes del lugar subsistían de lo que daba la tierra y del pastoreo de rebaños de cabras.
Uno de los pastores más jóvenes, era un chico que tras quedar huérfano, lo había cuidado su abuelo. Un ermitaño que poco contacto tenía con los demás habitantes del pueblo.
Un día vísperas de las fiestas del pueblo, el joven pastor al que tenían por tonto, o como otros les gustaba decir, “poco espabilado” llegó a la plaza donde todos estaban reunidos con los preparativos de los festejos y comenzó a gritar.
            ─¡Rápido! ¡Tenemos que huir! ¡Algo terrible va a suceder mientras sacamos en procesión a la Santa!
            Al principio las caras de incredulidad se vieron en las personas que estaban congregadas en la plaza, pero el silencio fue roto por una risa y contestada al unísono por carcajadas. Al joven pastor no le quisieron hacer caso y tuvo que marcharse tras las burlas y mofas de los que había allí congregados.
            A la mañana siguiente el joven pastor se levanto temprano como tenía acostumbrado, recogió las pocas pertenencias que tenia, las cargó en un carromato y ayudó a su abuelo a subir. Iniciaron la marcha y al pasar por la iglesia los feligreses que estaban allí reunidos terminando los últimos preparativos del paso, los miraron como si ambos estuviesen locos. El abuelo del pastor dijo en voz alta y mirando al frente.
            ─Después no digáis que el chaval no os avisó.
            Todos se quedaron en silencio acompañando con la mirada, el caminar tranquilo del carromato que desapareció tras las últimas casa del pueblo.
            Llegó la hora de la procesión. Cuando la Santa estuvo en la calle, algunos bromearon sobre la profecía del joven pastor y otros rieron las gracias. La Santa había procesionado todo el pueblo sin ningún tipo de incidente. Ya nadie se acordaba del joven pastor ni de su abuelo. Ya habían recorrido medio día de camino sin detenerse siquiera a comer o a dale descanso a las mulas. Estaba el sol poniéndose por el horizonte cuando una enorme bola de fuego cruzo el firmamento dejando una estela visible. Las mulas se asustaron y a punto estuvieron de caer al suelo el joven pastor y su abuelo.
            En el pueblo estaban “encerrando” a la Santa, haciendo coincidir con la puesta de sol, cuando de repente se hizo de día. Nadie pudo advertir la tragedia, el impacto fue tan  rápido y brutal que el pueblo desapareció totalmente. La explosión se escucho en varias decenas de kilómetros a la redonda.
            El joven pastor al ver como toda la ladera de la montaña ardía dijo a su abuelo:
            ─Espero que la próxima vez me hagan más caso. 

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