Aquel
era un pueblo pequeño, encaramado el las alturas de una cordillera. Las gentes
del lugar subsistían de lo que daba la tierra y del pastoreo de rebaños de
cabras.
Uno de los
pastores más jóvenes, era un chico que tras quedar huérfano, lo había cuidado
su abuelo. Un ermitaño que poco contacto tenía con los demás habitantes del
pueblo.
Un día vísperas
de las fiestas del pueblo, el joven pastor al que tenían por tonto, o como
otros les gustaba decir, “poco espabilado” llegó a la plaza donde todos estaban
reunidos con los preparativos de los festejos y comenzó a gritar.
─¡Rápido!
¡Tenemos que huir! ¡Algo terrible va a suceder mientras sacamos en procesión a
la Santa!
Al
principio las caras de incredulidad se vieron en las personas que estaban
congregadas en la plaza, pero el silencio fue roto por una risa y contestada al
unísono por carcajadas. Al joven pastor no le quisieron hacer caso y tuvo que
marcharse tras las burlas y mofas de los que había allí congregados.
A
la mañana siguiente el joven pastor se levanto temprano como tenía
acostumbrado, recogió las pocas pertenencias que tenia, las cargó en un
carromato y ayudó a su abuelo a subir. Iniciaron la marcha y al pasar por la
iglesia los feligreses que estaban allí reunidos terminando los últimos
preparativos del paso, los miraron como si ambos estuviesen locos. El abuelo
del pastor dijo en voz alta y mirando al frente.
─Después
no digáis que el chaval no os avisó.
Todos
se quedaron en silencio acompañando con la mirada, el caminar tranquilo del
carromato que desapareció tras las últimas casa del pueblo.
Llegó
la hora de la procesión. Cuando la Santa estuvo en la calle, algunos bromearon
sobre la profecía del joven pastor y otros rieron las gracias. La Santa había
procesionado todo el pueblo sin ningún tipo de incidente. Ya nadie se acordaba
del joven pastor ni de su abuelo. Ya habían recorrido medio día de camino sin
detenerse siquiera a comer o a dale descanso a las mulas. Estaba el sol poniéndose
por el horizonte cuando una enorme bola de fuego cruzo el firmamento dejando
una estela visible. Las mulas se asustaron y a punto estuvieron de caer al
suelo el joven pastor y su abuelo.
En
el pueblo estaban “encerrando” a la Santa, haciendo coincidir con la puesta de
sol, cuando de repente se hizo de día. Nadie pudo advertir la tragedia, el
impacto fue tan rápido y brutal que el
pueblo desapareció totalmente. La explosión se escucho en varias decenas de
kilómetros a la redonda.
El
joven pastor al ver como toda la ladera de la montaña ardía dijo a su abuelo:
─Espero
que la próxima vez me hagan más caso.
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